Una buena pregunta

En una reunión con amigos, conocí a una chica que cuando llevábamos un rato hablando de a qué nos dedicábamos ella y yo, me pregunta:

¿Qué pasa con las pequeñas empresas, que todos los que conozco que se han puesto por su cuenta, están agobiadísimos? No paran de trabajar y siempre hasta arriba y agobiados. ¿Está la cosa tan mal, o es tan difícil?, ¿o es que no saben o qué?

Qué chica más inteligente, ¿no?

Una buena pregunta siempre indica una persona muy inteligente.

Mucho más que una buena respuesta.

Pues la respuesta más directa es que lo que les pasa es que “no se enteran”.
No se enteran de qué va su trabajo.

Este es el problema y los otros “problemas” con los que se enfrentan (no llegar a fin de mes, no tener clientes, no conseguir empleados, que los clientes se quejen, y todo eso) son los SÍNTOMAS.

Decir que “no se enteran” es un poco brusco.

Vale.

Dicho de otra manera (por ejemplo: no se dan cuenta de cuál es su verdadero trabajo) suena mejor, pero viene a ser lo mismo.

Y tiene menos impacto.

Y a veces el impacto es importante, porque si no nos quedamos asintiendo con la cabeza, diciendo “qué razón tiene”, pero no hacemos nada.

Como si no fuese con nosotros.

Recuerdo cuando estuve a punto de tener que declarar bancarrota en mi primera empresa “seria” (los contables me dijeron que estaba en “quiebra técnica”), lo que me salvó fue darme cuenta de eso.

De que no me había enterado de qué iba mi trabajo.

Un día, en medio de la tormenta por la que estaba pasando, me caí del guindo.

Es que no me había enterado.

Llevaba dos años trabajando como un condenado y recibiendo alabanzas de los clientes y ahora mi empresa a punto de cerrar.

Y digo que no se enteran y les va mal porque, como me pasó a mí, todo esto de finanzas, marketing, ventas, y otras tantas cosas, consideran que son cosas que han de hacer “además de su trabajo”.

En algún momento, un empresario debe darse cuenta de que su principal trabajo, la actividad a la que ha de dedicarse es a “hacer” su empresa, es decir, diseñarla, construirla y desarrollarla.

Desde ese punto de vista actividades como finanzas, marketing, discurso comercial, sistematización de procesos, etc. dejan de ser tareas que tengo que hacer “además de todo lo que tengo encima” y se convierten en las actividades clave para conseguir lo que quiero: un negocio que funcione.

Las excusas autoimpuestas

Ya te oigo decir: sí, pero es que me tengo que dedicar a… (arquitectura, ir a las obras, diseñar la web, hacer yo la campaña… lo que sea), porque.. (no tengo nadie, la gente no trabaja bien, tardo menos en hacerlo yo que en explicárselo a alguien…).

Ya, ya.

Sin duda, hay momentos en los que te verás obligado a participar en la producción.

Lo peligroso, lo que indica que no tienes la perspectiva más adecuada para tu éxito, es que esto sea lo habitual, o que lo consideres lo habitual, o pienses que es la mejor manera.

Que lo que necesitas son más horas, o que lo que pasa es que la gente no trabaja bien.

Acabarás convirtiéndote en el principal problema de tu empresa.

Y, tristemente, lo más habitual es que, en lugar de ser el principal activo, el propietario o propietarios acaben convirtiéndose en el principal escollo del negocio.

 Cambiar el “chip”

O el “chick”, como decía ella.

El inglés no era lo suyo.

“Eso es como tener que “cambiar el chick”, ¿no?” me dijo mi nueva amiga.

“Jo. Qué difícil parece”.

No podría haberlo explicado mejor.

Siguen trabajando como antes de ponerse por su cuenta, sólo que trabajan mucho más y además de esto luego se dedican a cosas a las que se resisten y hacen lo menos que pueden, en lugar de que formen el centro de su atención.
No han cambiado el chip.

Siguen con el chip de “currante”, sólo que ahora curran más.

Curran más y no ganan mucho más. Algunos meses, no ganan nada.

Como decía un amigo, “para este viaje, no hacían falta tantas alforjas”.

Para trabajar 10 a 12 horas al día y llegar a duras penas a fin de mes, no hacía falta ponerme por mi cuenta. Hay otros trabajos donde lo puedo conseguir, y además con paro y vacaciones.

¡Vaya negocio!

En realidad, dirigir una empresa no es principalmente algo que dependa de ser un genio, ni de trabajar muy, muy duramente, ni, como parece que muchos creen, principalmente de la suerte.

Dirigir una empresa implica una serie de actividades, tareas, áreas o como queramos llamarlas que hemos de atender. Si no las desarrollas, tu empresa sufrirá.

Esto es así y no depende de que a nosotros nos parezca bien o no.
En adquirir esta actitud consiste, en parte, en desarrollar una perspectiva empresarial.

Pero estas áreas en sí mismas no son un fin, sino un medio para conseguir nuestros objetivos empresariales. Conseguir unos objetivos implica que tienes unos objetivos claros, alcanzables y que estás dispuesto a hacer lo necesario para alcanzarlos.

¿Qué tal tu «chick»?

Si tienes el «chick» de currante, lo verás porque trabajas muchas horas, llevas  algunos años con tu negocio y ni te hundes, ni acabas de salir adelante. Ganarás el dinero necesario para no pasar hambre, pero poco más.

Si tienes el «chick» de empresario – la mentalidad de empresario – tendrás  una idea clara de dónde estás en el desarrollo de tu negocio.

Aquí puedes ver otro artículo en el blog que te puede ayudar a posicionarte y, si no tienes el «chick» adecuado…