Decía en la anterior publicacion que el coaching tiene su propio paradigma. Que no se trata de “animar”, ni “aconsejar”, ni “dirigir”. Y este paradigma particular hace que lo que aporta el coaching al cliente sea distinto de lo que se consigue con otras diciplinas.
Si tuviera que elegir cuál es la aportación principal del coaching a la persona, diría que aporta, sobre todo, claridad. Y con claridad, todo es mucho más… claro. Las decisiones son más fáciles, dar el siguiente paso es más fácil, mantenerse en el camino elegido es mucho más fácil, (incluso elegir el camino y los objetivos es más fácil) cuando uno ve con claridad. Es como un potente ventilador que ayuda a disipar la bruma que a veces nos montamos o a veces se monta por las circunstancias.
La segunda cosa que aporta el coaching es acción. Movimiento, cambio. Sin acción, probablemente, no haya coaching. Y no tiene que ser acción muy “escandalosa” por así decirlo. Con acción quiero decir que la claridad que ofrece el coaching, para ser real y efectiva, se tiene que traducir en otra manera de actuar, de comportarse.
Una vez que ves más claramente y te pones en acción, muchas de las dificultades desaparecen. En realidad no desparecen, pero pierden el efecto que tenían: dejan de tener la capacidad de detenerme e impedirme conseguir lo que anhelo.
Hay un resultado adicional, que no se suele resaltar. Como el trabajo pasa por ayudar a la persona a contactar con su interior y encontrar allí los recursos y verse con más claridad, esto es también algo que aprende a hacer la persona que recibe coaching. Se ve a sí misma con más claridad, se autoengaña menos, tiene acceso a sus recursos por sí misma con más facilidad.
Que NO es el coaching? No es terapia. No es dar consejos. No es animar. No es compartir. No es explicarte por qué haces algo. No es decirte lo que “tienes” que hacer. Esto no quiere decir que un coach nunca vaya a dar consejos, ni animarte, por ejemplo. Lo que quiere decir es que cuando lo hace, no está haciendo coaching, sino dando consejos, animando, etc.
De hecho, una de las líneas maestras del coaching y que manifiesta el grado de maestría del coach es que, en principio, debe poder ayudarte a que encuentres luz y camino sin necesidad de saber realmente cuál es la situación concreta. Un coach excelente puede guiarte escuchándote, escuchándose, haciendo las preguntas adecuadas y guardando los silencios necesarios para que tú des con la clave para el siguiente paso.
El coaching en realidad consiste en que una persona, un profesional, te ayuda y acompaña a que tú asumas la responsabilidad y retomes el mando de tu vida, de tus decisiones, de tus conflictos, de tus acciones, de tus incongruencias. De que veas más claramente todo de lo que eres capaz y de que te atrevas a ir por ello. Te acompaña en el camino de convertirte en todo lo que puedes ser.
Pero, y aquí es donde a mi modo de ver tendemos a equivocarnos por otro lado, esto no se consigue con frases rimbombantes, altisonantes y motivadoras del tipo “somos ilimitados, excepto por nuestras propias creencias”, etc. Esto es, en su núcleo, cierto. Pero más allá de darme un pequeño chute de autoestima momentánea no me ayuda a salir de la situación en la que me encuentro. A pesar de ser claro y simple, el trabajo con un coach no es fácil, ni me va a hacer sentir bien todo el rato (ni, quizá, la mayoría del rato). Pero si el coach es profesional y el cliente está dispuesto a trabajar, puede resultar una herramienta de crecimiento potentísima. La prueba del algodón final es si estoy logrando acercarme a mis objetivos, si logro mayor claridad en mi vida, si poco a poco voy siendo menos automático y más libre en mis elecciones. En resumen, si me voy haciendo con las riendas de mi propia vida.
Existen dos requisitos para esto, que el cliente esté en disposición de poder recibir coaching y que el coach tenga las características necesarias para hacer un buen trabajo. Pero de esto podemos hablar en otro momento.