Acabo de regresar de un par de semanas en Estados Unidos y he visto y vivido cosas bastante interesantes. Hoy me gustaría comentar sobre una de ellas, que creo que tiene una incidencia importante en lo que vivimos actualmente: la actitud.
La actitud general de las personas con las que me crucé durante este tiempo era muy clara: esto que está pasando tiene que ver conmigo y lo que yo haga o deje de hacer es parte del problema o la solución. Por supuesto, no lo formulan así a no ser que se les pregunte. Pero está clarísimo tanto en lo que hacen, como en el tono y el tema de las conversaciones.
Ellos tienen muy claro los desmanes de algunas empresas y de los juegos de artificio financieros. Pero las conversaciones con ellos son, de algún modo, interesantes: tienen una opinión razonada, con la que intentan explicar lo que ha pasado (quizá a modo de cómo entenderlo), tienen juicios de valor sobre quienes han hecho tal o cual cosa, e incluso ideas sobre qué se puede o debe hacer para evitar esto de nuevo… pero no hay el tono de queja continua y el tono de “ellos” son los culpables y “que mal está la cosa”, que parece permear todas las charlas de bar, restaurante y encuentros casuales que tenemos en España, por ejemplo.
Aunque ya lo notaba antes, a mi vuelta ha sido casi un choque: venir de un entorno en el que todos se sienten parte de lo que ocurre (y sin duda este querer conseguir todos el sueño americano de tener una casa, independientemente de mis nivel adquisitivo real, ha participado de alguna manera en la bola que se ha montado), pero también de lo que se puede hacer para salir adelante.
De igual manera que cuando las cosas iban “bien”, se sentían realmente partícipes y co-creadores de la riqueza que ayudaban a crear (incluso como trabajadores en una empresa), en la actualidad sienten que son parte de la solución. Que hay que ajustar las expectativas, quizá, pero que es imprescindible hacer mi parte e intentar aumentar mi rendimiento, mi eficacia y destacar en un mercado que se ha puesto un poco más complicado.
Aunque en ocasiones haya alguna queja, entienden que quejándose no van a solucionar nada y, lo que es peor, quizá consigan transmitir y multiplicar la sensación de desasosiego, desesperanza y depresión a su alrededor. Y esto no lo van a hacer. Porque no me refiero solamente a la actitud individual, sino también a la colectiva: si la gente a tu alrededor te oye quejándote a menudo, te identifica como un “perdedor”. La actitud es más cercana a “vale, esto está mal, pero ¿qué ofreces tú, aunque sólo sea en esta conversación, a modo de una visión más amplia, iluminadora o enriquecedora de la situación?” Quejarse no está “bien visto”. De hecho, cuando alguien observa que se ha estado quejando (“venting” como dicen ellos) porque necesitaban descargar un poco, acto seguido, se disculpa.
Quizá la mejor manera de resumir lo que he visto es una sociedad donde está claro que si no eres parte de la solución, quizá seas parte del problema.