A pesar del desarrollo tecnológico, de la indudable mejora en las condiciones de vida en el mundo occidental, de la paulatina eliminación de barreras y limitaciones al acceso a la información y a la educación, parece que aún seguimos sin haber aprendido lo más importante en nuestra vida: cómo ser felices.

Ser felices es un objetivo a la vez básico y muy elevado. Principalmente es una sensación y, por lo tanto, es muy “subjetiva”. Con esto no quiero quitarle valor, sino todo lo contrario: la sensación y percepción que tenemos de nosotros mismos (felices, infelices, satisfechos o insatisfechos, por ejemplo) nos produce estados de ánimo que son indistinguibles de una conceptualizable “verdadera” felicidad o infelicidad. Y tienen un impacto muy real en nuestra vida.

Una de las maneras en las que logramos sentir felicidad y satisfacción es cuando nos vemos a nosotros mismos avanzando de manera razonable hacia un objetivo. Y, especialmente, si ese avance requiere algún tipo de esfuerzo o dedicación.

Implícitamente todos reconocemos esto y por ello nos ponemos objetivos que creemos que nos van a hacer sentir bien con nosotros mismos – o que nos darán algo que nos hará sentirnos bien con nosotros mismos.

A pesar de esto, como digo, parece que la sensación de felicidad y satisfacción no es algo que permea nuestra sociedad. Y, es que aunque tenemos objetivos, parece que no nos resulta fácil alcanzarlos. Y, a veces, ni siquiera movernos en la dirección adecuada.

A más posibilidades, menos satisfacción

Una de las principales barreras para conseguir lo que nos decimos que queremos es la diversidad de opciones y la dificultad que, aparentemente, tenemos para elegir la opción adecuada.

Sheena Yyengar explica en una charla Ted cómo el aumento de opciones disminuye nuestra satisfacción, en lugar de elevarla. La disminuye porque pensamos que quizá no hemos acertado después de todo, y que, aunque lo que he elegido está bien, quizá otra opción hubiera sido mejor.

Si tengo frío, mucho frío, y no tengo que ponerme, cualquier prenda de abrigo me valdrá y estaré satisfecho (MUY satisfecho) de haberla conseguido. Si tengo mucha sed y me encuentro con una botella de refresco y lo único que hay es refresco A (es decir, si las posibilidades son entre tomar un refresco (el refresco A) y no poder tomar nada, la elección es muy fácil. Y mi grado de satisfacción muy alto, probablemente.

Si puedo elegir entre un jersey negro y uno blanco, la elección es sencilla, aunque me puede hacer dudar. Si tengo que elegir entre 15 colores, 6 modelos y 4 tipos de lana, la elección se complica y, lo que es más importante, las probabilidades de que no quede satisfecho con lo que finalmente compro aumentan considerablemente.

Uno de los resultados de este efecto es que, con la aparente prosperidad de nuestra sociedad, acabo comprándome 2-3 jerseys (consumo más) y como sigo sin estar satisfecho, probablemente mañana – o la siguiente semana – vuelva a comprar.

Y esto del aumento de la insatisfacción conforme aumentan las posibilidades de elección, nos pasa en muchísimos ámbitos: desde la comida, hasta la ropa, pasando por la elección de pareja, de coche, qué sistema de venta implantar en mi pequeña empresa, cómo diseñar los sistemas, etc.

Otro efecto: quedarme bloqueado

Además de la insatisfacción por el aumento de las opciones entre las que elegir, otra cosa me puede impedir avanzar: una especie de parálisis.

Recuerdo que cuando era pequeño mis padres me daban una paga los domingos, que era más bien reducida (no éramos una familia con mucha holgura económica, aunque nunca pasamos hambre), y yo me iba a la tienda de dulces y me pasaba un rato largo decidiendo. Probablemente hasta media hora: recuerdo en una ocasión una mujer que vino mientras yo estaba pensándomelo, compró, se marchó, y al cabo de un buen rato volvió a por algo más y me dijo: ¿todavía estás aquí? Claro no sabía ella que si optaba por la pastilla de leche de burra, que tanto me gustaba, me quedaba sin el regaliz de varios sabores… y esto era una decisión que requería ser bien sopesada. Hasta que el dueño de la tienda no me dijo que o compraba algo o me fuese no me decidí.

Un león paralizado por una silla

Si habéis visto alguna imagen antigua de un domador de leones, veréis que lo suelen representar encerrado en la jaula con un león (o varios leones). Por toda protección lleva un látigo (¿qué daño le vas a hacer a un león con un látigo?) y… una silla! Un león tiene suficiente fuerza para arrancarle la cabeza al domador de un manotazo, así que parece que sería muy fácil que apartase la silla y se zampase al hombre que la blandía… pero no solía pasar. ¿Qué hace la silla ahí? ¿Por qué el león no la aparta?

La silla presenta al león 4 posibilidades (porque el león no ve una silla – “silla” es un concepto que el león no tiene – sino los extremos de las cuatro patas) que se están presentando a su atención a la vez, que se mueven en direcciones distintas… el león no sabe a cuál atender y se queda parado. ¿Te suena?

¿Y esto qué quiere decir para nosotros?

Creo que hay varios aprendizajes que podemos extraer de esto:

Uno de los aprendizajes es que el aumento de las posibilidades de elección, en sí mismo, es un factor de insatisfacción. Así que todo lo que hagamos para limitarnos la oferta a nosotros mismos es un paso en la dirección adecuada. Suena anti-intuitivo – de hecho va en contra de todo lo que nos intentan vender aquellos que quieren … vendernos cosas. Pero es cierto.

Otro aprendizaje es que el aumento de las posibilidades dificulta la elección – sin ninguna garantía de que el tiempo adicional dedicado a la elección produzca una elección mejor a largo plazo. Y con muchas probabilidades de que al final pierda la oportunidad por no haber decidido a tiempo.

Un tercer aprendizaje es que cuando varias cosas llaman mi atención, no acabo de centrarme en ninguna (y no avanzo en ninguna). Si el león optase por una de las patas (la que fuese) se quitaría la silla de en medio inmediatamente y se encontraría ante un indefenso ser humano que le podría servir de aperitivo… pero se deja distraer por las diferentes patas que llaman su atención. ¿Cuántas posibilidades te estás perdiendo por no elegir… lo que sea?

¿Qué puedes hacer?

En todos los resultados que señalo en el apartado anterior hay un denominador común: ¡demasiadas cosas a las que atender! Por lo tanto, una de las acciones que nos beneficiaría sería reducir las posibilidades. Como esto no es posible en un mundo en el que parece que todo está enfocado a aumentarlas, lo que sí podemos hacer es, por un lado, limitar nuestra exposición a tantas y tantas posibilidades y, por otro, ponernos límites en tiempo y número de opciones que exploraremos.

Por ejemplo, una cosa que podemos hacer es, en el caso de la dificultad para tomar la decisión – por exceso de posibilidades, es ponerse una fecha límite (u hora límite) y tomar la decisión dentro del plazo. Después, el esfuerzo estará en no dedicar energía a cuestionarte a posteriori.

De hecho, en un estudio realizado por los psicólogos Messner y Wänke sobre “la paradoja de poder elegir”, resultó que lo que más alivia la ansiedad y nos hace sentir mejor tiene que ver con cuánta energía le dedicamos: cuanta menos energía mental, mejor nos sentimos. Es decir, cuanto más rápidamente tomemos la decisión, mejor nos sentiremos con ella. Sorprendente, ¿verdad?

Se trata de tener una actitud más “adulta” con la vida: uno toma decisiones (la mejor que puede dadas las circunstancias) y apechuga con las consecuencias. Esto no quiere decir que si constatas (¡constatas!) que la decisión fue errónea no puedas rectificarla. Quiere decir que hasta que no tomes una decisión y te pongas en marcha probablemente no puedas llegar a saberlo.

Si ponemos como ejemplo decidir qué estrategia o estrategias de marketing implantar en nuestro pequeño negocio, podemos hacer estudios de mercado, investigar con nuestros clientes potenciales, etc. Pero, y esta es la clave, decidir de antemano cuál es la fecha límite en la que tomaremos la decisión. Y llegada la fecha, hemos de ser firmes con nosotros mismos y cumplir con el límite fijado. Cuando llega este momento, se trata de elegir una o las que necesitemos y darle una oportunidad a que nos de resultados.

Otra cosa que nos ayuda es recordar que, a la larga, casi da igual qué elijamos. Si llevas tu vista atrás podrás recordar muchas situaciones en las que te esforzaste en elegir lo que creías que te daría mayor satisfacción, pero posteriormente no tuvo un efecto sobre tu vida tan impactante. Es importante recordar qué cosas son importantes en la vida y qué cosas lo son menos.

Cuando se trata de tomar decisiones importantes, es clave tener un sistema para tomar decisiones de manera correcta. Cuando la decisión es sobre este o aquel color de jersey, aunque podamos “jugar”, en el momento, a que es muy importante, en realidad no lo es tanto. Si dedicamos tanta energía y atención a cosas de segundo o tercer orden, quizá no estemos dedicando la energía y atención necesarias a las cosas de primer orden.

Si seguimos con el ejemplo de una estrategia de marketing, recordar que está bien elegir “la mejor”, pero probablemente nunca llegue a elegir “la mejor” si no pruebo alguna. Además, es mejor (infinitamente mejor) tener una estrategia de marketing mejorable que estar posponiendo indefinidamente elegir una y ponerla en marcha.

Recuerda, de lo que se trata es de jugar al juego de ser pequeño empresario e intentar ganar… a la larga. No de obsesionarse con que tengo que acertar en todo lo que haga y que si cometo un error es una catástrofe. Casi nunca lo es, especialmente si sigues un sistema para tomar decisiones y estás al tanto de las tendencias a buscar excesiva seguridad y garantías en la decisión.

Aprende los fundamentos de tu negocio, aprende a conocerte y tus sesgos y ¡diviértete!


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