Un poco en la misma línea de un post anterior, sobre quejarse de aquello sobre lo que no podemos cambiar, quería repasar una idea que viene de Stephen Covey referente a nuestra esfera de influencia.

La idea básica es que todos tenemos intereses variados: la economía, nuestra salud, el calentamiento global, el bienestar de nuestra familia, la guerra en Oriente Próximo… y esto se puede reflejar en un círculo como en esta imagen:

Si observamos las cosas que forman parte del círculo de interés veremos que hay cosas sobre las que no tenemos ningún control,  y otras sobre las que podemos actuar directamente. Estas últimas las podríamos identificar mediante un nuevo círculo, dentro del anterior, que llamaremos esfera de influencia:

El siguiente paso es ver cuánta energía dedicamos a los diferentes círculos: cuánta a temas sobre los que sí podemos hacer algo y cuánta a cosas que no podemos afectar. La manera “proactiva” de funcionar es dedicar la mayoría de nuestra energía a las cosas que sí podemos controlar o sobre las que podemos influir. Lo curioso es que cuanto más dedicamos a la esfera de influencia, más crece esta y logramos tener más y más efecto a nuestro alrededor:

A la inversa, si dedicamos sobre todo tiempo a nuestro círculo de interés, pero no en la esfera de influencia, lo contrario ocurre: somos reactivos y nuestra área de influencia se ve reducida:

Una de las señales de que estamos pasando tiempo fuera de nuestra zona de influencia es si nos oímos quejarnos de lo que ocurre, de lo que otros hacen o dejan de hacer, de lo que hubiéramos hecho “si no fuera por que…” o “si tuviera esto o aquello”, o si…  ¿Y por qué ser proactivo? Porque significa que estamos dispuestos a asumir responsabilidad por dónde estamos y hacia dónde nos movemos.

En resumen: centrarnos en nuestra esfera de influencia nos beneficia: avanzamos en las cosas sobre las que podemos influir, dedicamos energía a desarrollarnos y crecer, y además nuestra área de influencia crece. Dedicar energía fuera de nuestra esfera de influencia nos hace sentirnos frustrados, limitados y además reduce  nuestra esfera de influencia.

Por supuesto esto supone que somos capaces de ver la diferencia entre las cosas sobre las que tenemos un efecto directo, sobre las que podemos tener una influencia indirecta y aquellas sobre las que no tenemos ninguna influencia.

Como primer paso podemos hacer el siguiente ejercicio: observar durante un día completo qué lenguaje utilizamos. ¿Cuántas veces hablamos en términos de “si no fuera por….”, ” no puedo”, “no se puede hacer”, “tengo que hacer…” puede que nos sorprendamos con el resultado.

Es muy importante entender que en tanto que ejecutivos, gerentes o empresarios, nuestra conducta es nuestra herramienta de trabajo.

Qué hacemos, con quién hablamos, de qué hablamos, cómo lo hablamos. Esto es lo único que tenemos para conseguir nuestros objetivos. Es muy importante que, en el ámbito del trabajo, sepamos distinguir aquellas cosas que están dentro de nuestra área de influencia, y sobre las que podemos – y debemos hacer algo e influir – y las que no.

Este trabajo implica una cierta capacidad de autogestión.

Esto lo trabajamos durante los procesos de coaching, pero hace un tiempo preparé un programa que puedes seguir por ti mismo, a tu ritmo y que comienza (e incluso avanza bastante) en el proceso de conocerse mejor, identificar los sesgos, los auto-saboteos, y qué hacer al respecto.

El curso se llama Explórate! y está pensado como ayuda a prepararte para un trabajo de coaching más profundo, si es que decides entrar por esta ruta, pero que aunque no continúes te ayuda a ponerte más en control de tu propia vida. A dejar de repetir patrones tóxicos y negativos en tu vida – laboral y no laboral, y, en general, a acercarte más a la persona que podrías llegar a ser.

El conocimiento y la autogestión que puedes lograr te ayudará a realmente tener influencia en los ámbitos en los que tienes alcance.

Si te quieres dar un regalo de autoexploración, crecimiento y libertad, puedes apuntarte aquí.