Un objetivo parecería lo más importante para poder saber hacia dónde vamos y medir si nos estamos acercando o no. Y sin embargo, la mayoría de los empresarios no tienen idea de sus objetivos. Quizá en algún momento la tuvieron, pero la han olvidado. Fue una especie de resolución de Año Nuevo: en pocos días quedó apartada por las “necesidades” diarias y el día a día.

Por supuesto, la sensación de falta de control, de soledad, de desánimo que caracteriza la vida y el desempeño de los pequeños emprendedores es, sin duda, debida en gran parte a que están llevados de un lado a otro por los acontecimientos, por las urgencias, por el siguiente incendio.

¿Por qué un objetivo?
Sin objetivo, no puedes medir si avanzas o retrocedes, o das vueltas en círculo. Y, por consiguiente, no puedes corregir lo que puedas estar haciendo mal, o mejorando lo que ya haces bien.

Sin metas, no puedes hacer un plan de ruta y ponerte objetivos intermedios para ir consiguendo acercarte.

Imagina que caminas por la nieve en una ventisca o por niebla. No ves nada más que gris. Si te has preparado, puedes haber marcado el camino con estacas a distancias razonables y podrás ir avanzando de estaca en estaca, a pesar de la situación adversa. Si tienes que parar, siempre puedes reanudar tu camino, hacia la siguiente estaca, sabiendo que estás en el buen camino.

Estas estacas corresponderían a los planes o pasos intermedios que puedes desarrollar una vez que sabes dónde vas, qué quieres conseguir y cómo sabrás que has llegado. Pero para poner las estacas en el lugar adecuado de manera que te lleven al objetivo, tienes que saber dónde vas. Con exactitud.

Una cita…

No hay buen viento, para el que no sabe hacia dónde navega. (Séneca)