Desde que puse en marcha mi pequeña empresa de traducciones técnicas, todo eran felicitaciones y recomendaciones por parte de nuestros clientes. Yo estaba muy satisfecho. Hasta había contratado 4 personas, lo cual es un paso importante para alguien que, como quien dice, acaba de empezar.

Todo pintaba de maravilla, y sin embargo, el desastre se estaba fraguando…

De un día para otro, por motivos totalmente ajenos a nosotros, nuestros clientes decidieron que no iban a continuar haciendo las traducciones técnicas que hasta ahora habíamos hecho. Unos por un cambio estratégico en la empresa, otro por cambios de objetivos, y así.

¡Pánico! ¿Y ahora qué? De golpe, mi situación había pasado de “idílica” a una caída libre, porque fuera de estos tres grandes clientes, no teníamos nada más, ni perspectivas, ni contactos. Nada, de nada.

De pronto, me vi inmerso en la pesadilla de todo empresario, estaba sin clientes, sin dinero. Por supuesto, tuve que despedir a las personas que había contratado y tuve que pedir trabajo a conocidos. Bueno, creo que te haces una idea. Sentía que había fracasado.

Un día, hablando de esto con un amigo, me vino una idea muy clara de una certeza absoluta, como caída del cielo: No me había enterado de qué iba la película.

Me había pasado estos dos años y medio dedicándome a ser buen traductor, y no a ser un buen empresario, con la fantasía de que si hacía un buen trabajo profesional, lo demás vendría, esa fantasía que tanto daño hace a los pequeños negocios.

Una vez que “cambié el chip”, por así decirlo, estaba absolutamente claro lo que había que hacer: aprender sobre negocios, ventas. Al cabo de 18 meses, los resultados comenzaron a entrar (¡un cliente en Finlandia que quería su producto traducido a 4 idiomas y en 2 plataformas diferentes!).