¿Y ahora qué hago?

Una manera de estructurar a qué podemos dedicar nuestra energía es clasificando las actividades en función de su importancia o urgencia. La vida es de tal manera que las cosas importantes que no son urgentes acaban viéndose desplazadas por las  urgentes (aunque no sean importantes).

Esto hace que, por un lado, las importantes pero no urgentes acaben siendo urgentes (y las tenga que hacer deprisa y corriendo cuando quizá hubiera podido hacerlo mejor con más tiempo) y, por otro, que me acostumbre a estar impulsado y dirigido por la sensación de urgencia constantemente.

Y así estoy completamente a merced de lo que va apareciendo en mi vida, sin el más mínimo resquicio para imponer un poco de dirección. Sobre todo porque me he acostumbrado a recibir desde fuera el impulso de qué hacer.

¿Quién está al mando?

Así que, como pequeños empresarios, o incluso simplemente como personas en esta sociedad sobrecargada de estímulos, una de las principales características que necesitamos desarrollar es la capacidad de no dejarnos llevar todo el rato: por la vida, por las urgencias, por lo que va saliendo.

Esto es muy, muy importante, por dos motivos.

El primero es el más obvio: si me dejo llevar por lo que va apareciendo (y, como ya sabes, casi nunca faltan cosas que pidan mi atención), habrá muchas cosas importantes que nunca llegaré a hacer… se acaban quedando en el apartado de “a ver si…”, “cuando tenga tiempo…”, “debería, pero…”. En ese apartado donde aparcamos las cosas que (decimos que) queremos hacer, pero no llegamos a ponernos manos a la obra. Algunas de estas cosas, además de importantes, pueden acabar convirtiéndose en urgentes, en cuyo caso me pondré con ellas, pero ahora forzado.

El segundo motivo por el cuál necesitamos no dejarnos llevar siempre por lo que aparece es que me acostumbro a que la motivación venga desde fuera y no sé funcionar si no hay alguna urgencia o necesidad exterior. Así que cuando no tenemos nada que hacer nos vemos, con un especie de compulsión, mirando el correo electrónico, Facebook, WhatsApp… buscando algo que nos ponga en marcha.

En realidad, buscando algo que me diga qué hacer, porque he perdido la capacidad de decidir por mí mismo qué es lo que voy a hacer.

Necesitamos que nos digan qué es lo siguiente, de tan poco acostumbrados que estamos a organizarnos y actuar  independientemente de las aparentes urgencias y solicitudes del entorno.

Se trata de un músculo

Exactamente igual que ir al gimnasio. Poder abstenerme de reaccionar automáticamente a las interpelaciones del entorno, implica que tengo la suficiente fortaleza para ello. Y esto no se consigue sin esfuerzo: una llamada de teléfono, un WhatsApp, etc. no hay por qué atenderlos. Puedo hacerlo más tarde, o no hacerlo. Pero para poder no reaccionar y mirar el móvil, aunque sea brevemente, cuando suena un mensaje o una llamada, tengo que convertirme en una persona auto-gestionada. Principalmente en el sentido de que decido yo dónde dejo que se vaya mi atención.

Por lo tanto, hacer los pequeños esfuerzos de no mirar el correo tanto, no mirar el WhatsApp, decidir cada día hacer una cosa de esas que no son urgentes, pero con la que “quisieras” avanzar, además de darte más tranquilidad y acercarte a esos objetivos que nunca parecen acercarse, te ayudará a ir desarrollando la capacidad de ser mucho más auto gestionado, autónomo y de ser muchísimo menos manipulable por el entorno. Desde los anuncios que nos proponen cosas deliciosas, hasta las píldoras demagógicas de los políticos (en particular de los que son de mi propia cuerda, pues las de los demás no suelo creérmelas).

¿Qué puedo hacer?

Empezar a dedicar todos los días algo de tiempo a hacer algo no dictado por las urgencias: avanzar un proyecto que tienes aparcado, dedicar unos minutos a reflexionar, parar y hacer un ejercicio de respiración tranquilo, darte una vuelta por ahí (porque sí). Esta es una de las herramientas para convertirme en alguien mucho más autónomo, libre y con acceso a su energía para hacer lo que decide hacer.

Otro ejercicio es proponerse reducir el número de veces que compruebo el correo electrónico, o hacer un esfuerzo para no mirar WhatsApps cuando me avisa de un correo. Incluso, quitar todos los avisos.

Pruébalo una semana y me dices qué tal te va.